Mi propia prision
Sentado frente la pantalla de la computadora; rodeado de sombras que arropan mi soledad, donde solo puedo escuchar el sonido de un televisor a lo lejos y el frio recorre cada centímetro de mi piel; me percato de una sensación que invade mi cuerpo: comienza subiendo por la planta de mis pies, alcanza mis rodillas, se adhiere a mis venas, llega hasta mis manos y tensa mi cuello.
Una impotencia inoportuna toca la puerta de mi mente. Los pensamientos comienzan a llegar uno a uno atacando mi alma. No paran de hablar, ya no soy capaz de escuchar aquel lejano televisor, solo soy consciente de las voces en mi recordándome las dudas.
Pronto quiero romper algo, hacerlo pedazos ¡Trizas! Liberar toda esta energía que circula entre mis venas, me levanto con desespero… pero una voz me retiene.
-Son las 11:00pm no puedes hacer ruido- dijo. Imagino en ella una sonrisa burlona-.
-Eso que importa, idiota, hazlo. Libérate de todo. -argumenta una segunda voz-.
-No puedes simplemente ir y romper toda la vajilla- dice la primera voz-.
-Cierto ¿Qué van a pesar?- interrumpe una tercera voz-.
-Que está loco, seguramente- Se une una cuarta, con tono sarcastico-.
Luego viene a mí como si de un relámpago se tratara, callando todas esas voces que antes hablaban sin parar. La única razón por la cual me cohíbo de romper aquel objeto es porque estaría mal visto.
Una fuerza abstracta, intangible, me lo prohíbe. La condeno con el nombre de "sociedad". Me digo: "todas sus reglas y normas morales son los eslabones de la cadena que priva mi alma de libertad". Pero entonces, me invade un nuevo pensamiento, este me entristece; me dejo caer de nuevo en la silla. Me doy cuenta de la realidad, me doy cuenta de quien ata esas cadenas a mi cuello y somete mi cuerpo.
Soy yo, soy esclavo de mi propia mente -susurre al silencio, incorporandome nuevamente a la computadora, aceptando mi realidad-.
