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Trastorno


Maldigo la luz.

No, maldigo la luz del día.


Sí: ¡Maldigo el sol!


No trae más que problemas e incoherencias a mi mente. Mis pensamientos se difuminan, son incomprensibles. Se queman, se queman ante los rayos del sol. Se convierten en restos sin sentido, sin forma, ni principio, ni fin. Entonces parten al olvido: un rincón aislado y frio en mi memoria.

No hay nada que pueda hacer, ya lo he intentado antes. Me he encadenado al papel, he ingerido nubes de tinta negra, he visto viejas fotografías, he repasado mis labios en busca de una distante caricia, pero no hay nada.


Solo una nube blanca en mi pantalla.


Por eso maldigo el día y maldigo el sol y sus cálidos rayos de luz que mantienen la piel viva.


Entra entonces, letargo, y cava mi tumba de monotonía.


Pero cae la luz y entra la sombra, el frio toma mi cuello con el dulce filo de la soledad y amenaza el corazón con tierna desesperación. Lo miedos toman los pies y me recuerdan que aún estoy vivo, me sacan de esa somnolencia que deja el día a día.


Silenciosas vocales invaden la pantalla.

Buscan gritar los recuerdos adheridos a la piel.


“¿Qué tendrá la noche?” preguntó al silencio de mi habitación. Las paredes no responden.


Me siento en silencio, entre sombras y paredes mudas, admiro la pantalla.

Esbozó una sonrisa con infinita nostalgia y por un instante siento aquello llamado alegría.


Pero nada perdura, esa es la cruda lección que nos da el tiempo.


Amanece.

Y vuelvo a maldecir el sol.

Art: Winter by Martin-Jan van Santen

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