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Las curvas de Lucy

Siempre fui un tipo sincero ¿Saben? No como esos tipejos que se hacen llamar honestos y cuando apenas volteas no tardan en apuñalearte por la espalda, no, nada de eso; yo era verdaderamente honesto. Sí, eso era algo de lo cual podía enorgullecerme. Ese hecho me caracterizaba. Todos tenemos pequeñas cosas que nos caracterizan, por ejemplo: a mi jefe lo caracteriza su temperamento. Una vez despidió a un tipo porque las grapas nunca estaban en el lugar correcto de la hoja. También dicen que un día casi mata a un tipo a golpes, porque vio de reojo a su esposa. Sí, a mi jefe lo caracteriza su temperamento, eso y que siempre cumple lo que dice. Su primer día de trabajo, dijo que despediría a alguien sin razón alguna, nadie lo creyó capaz, pero ese día vi a tres personas despejar su escritorio.


Si alguien preguntaba por mi jefe dirían: “Es un cretino” “No hay nadie peor” “¿Por qué preguntas? No diré nada sobre ese imbécil” o simplemente oirías sus llantos; en cambio si alguien preguntara por Carlos Rivera dirían: “Sí, Carlos es un buen tipo, siempre habla con honestidad” y sin duda oirías la dulce y aguda voz de Lucy “Carlos, Carlos ciertamente tiene un gran corazón, siempre me ayuda, con lo que sea” Sí, ese era yo. Carlos Rivera: un tipo honesto.


Yo trabajaba para una grande empresa, de esas de las que nadie está seguro a lo que se dedican. Lucy era la recepcionista del 9no piso y el único rayo de luz en aquel edificio, entrabas al 9no: y la veías. Era imposible no verla. Lucy es la única persona, que conozco, capaz de atender un teléfono de una manera sensual y no verse ridícula en el intento. Vamos que la ayudaban un par de tetas que…Bueno, en fin. Lucy lo era todo para mí.


Mi oficina estaba en el 4to piso, pero yo subía regularmente al 9no, para entregar los reportes a mi jefe y ese tipo de cosas, y siempre, siempre me detenía un momento para deleitar, admirar la escultura hecha por el propio Miguel Ángel, que se desplegaba ante mí, o como dicen los hombres del 6to: simplemente “hablar”, con Lucy.


Detenerse. Eso amigos míos es un arma de doble filo. Hoy en día la vida te entrega pequeñas cosas, pequeñas estelas de placer. Como aquel día que se le vio medio seno a Lucy y yo fui al cielo por un instante ¡Que mujer! Entonces, cuando sabes que la vida te da estos pequeños momentos, hay que detenerse, admirarlos, captarlos y saborearlos. Por supuesto son momentos efímeros y no podemos quedarnos en ellos mucho tiempo, porque, lo que nadie te dice es que la vida es una balanza entre placeres e injusticias. Y eso es algo que no se nos da en pequeñas dosis. Cuando la vida te agarra de malas es capaz de mandarte el paisaje a la mierda.


Y así pues, un día subes al 9no a entregar un reporte importantísimo y allí esta Lucy con una cara de aburrimiento infinito, unos carnosos labios en busca de pasión, una mirada indiferente y un impulso oculto. Al rato, Lucy te dice que el Sr. Gómez salió repentinamente a una reunión fuera de la ciudad, que a lo mejor regresa mañana, que porque no dejas los papeles con ella, que ella se asegura de entregárselos; y tú, tú solo ves un par de tetas y oyes una voz lejana.


Como tu jefe no está te quedas con Lucy más de la cuenta; que me pidió ayuda con la computadora. Vamos que los tipos honestos como yo no rechazan favores. Ambos se ríen un rato y las horas pasan. Lucy: que hermoso nombre de esos que suenan mejor cuando sabes que son de soltera. Entonces cuando te das cuenta te llevas, fuera de la oficina, a la gloriosa Lucy por el brazo. Carlos Rivera: todo un casanova.


Tres tragos más tarde, esa misma noche, y te encuentras en la casa de Lucy. ¡Vaya! Pero que suerte la tuya. Ella te sonríe dulcemente y tú no prestas atención al perro que te ladra, y te jala el pantalón; al tv plasma de 60 pulgadas en la sala, justo encima de la chimenea, en la cual cuelga un rifle de caza o los porta retratos con fotografías de Lucy y otros hombres. Claro que no, tu solo estas concentrado ¡perdido! Jodidamente perdido en las curvas de Lucy. Es tu oportunidad de entrar en el paraíso y no la arruinaras.


Te detienes y abres espacio al romance, a sus piernas, al desenfreno, a la lujuria, a gritos de satisfacción y su jodido nombre durante horas: ¡Lucy! ¡Lucy! ¡Lucy! Una y otra vez.


Cierras los ojos y te pierdes en sus labios, en su sonrisa, en su mirada, en su pecho, en el pequeño lunar junto al lado de su pezón derecho. Pobre Carlos Rivera. No es hasta la mañana siguiente en que te fijas, cuando ya sostuviste aquel par de melones en tus manos y las ganas cesan y la sangre empieza a subir de nuevo.


Vas al baño y te fijas bien, te fijas en el cepillo de dientes azul al lado del rosado. Te dices a ti mismo “Uno de repuesto”. Te fijas en la afeitadora. “Que raro” abres el closet y ves los trajes, ves las corbatas “ya las cosas van mal” ves la mesa de noche y nunca fueron varios tipos: es el mismo hombre en diferentes fotografías al lado de Lucy. Y el hombre se te hace familiar.


Pronuncias su nombre “Lucy” y te fijas. Ya no es tan dulce, ya no es de soltera.

Es entonces cuando decides correr y en la sala se encuentra un tipejo de unos 39 años, con buena contextura corporal, nada muy exagerado; con una mirada determinante; el hombre viste una de esas finas corbatas, de esas que piensas que jamás podrás comprar, un traje negro y zapatos donde puedes ver claramente tu reflejo, tu patético y desnudo reflejo. Ves como no le tiembla el pulso, ves como una vena brota de su cuello, latente. Ves como tensa las manos y como la cólera se apodera de su piel pintándolo de rojo.


Y es tu jefe, tu jefe te apunta con un rifle de caza en mitad de su sala.


-Tienes 30 segundos para salir de mi casa y te mato – dice tu jefe.


-No, no… no es lo que usted cree. Bueno, sí para que engañarnos, pero ee…- digo yo

torpemente. Que imbécil, que los tipos honestos como yo, no sabemos mentir. Entonces tu jefe comienza a contar.


-1…2…


Tomas el pantalón que se había quedado en el sofá, te lo pones como puedes y maldices la vida, corres y maldices a la vida, corres con tus pies descalzos, en el asfalto, sin camisa como un imbécil en medio de la calle y maldices la vida, corres y miras hacia atrás; ves a tu jefe con el rifle en la mano y maldices las curvas de Lucy.


La vida está llena de injusticias y pequeños placeres, si prolongas tus placeres puede que se prolonguen tus injusticias. Es una balanza. Detenerse por mucho tiempo… Altera el equilibrio.


¡Bang!


Mi jefe siempre cumplía. Carlos Rivera: un tipo Honesto.


Un tipo muerto.


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